30 de marzo de 2018

Gombrowicz aún navega por el Paraná (VIII)


Miércoles


Espacio impotente, río perezoso, el aire está inmóvil, la bandera cuelga, pero surcamos con un murmullo esa inmóvil blancura −siempre hacia delante−, y entramos en la zona subtropical, así que, aunque no hay sol, hace más calor.


Cuando después del desayuno salí a cubierta, me di cuenta de que de que íbamos navegando… Y ahora navegamos… El viento me golpeó de costado. Navegábamos por un estrecho que une dos océanos, el océano que se extendía ante nosotros se anunciaba por una blancura interminable, el océano que quedaba atrás era una masa apenas adivinable más allá de unas dunas humeantes de arena, mientras que el mismo estrecho era toda una geografía de golfos, cabos, islas e islotes, y unas extrañas y misteriosas bifurcaciones que conducían a una oblicuidad desconocida. En cierto momento entramos en un conjunto de siete lagos cristalinos, como siete arcos de exaltaciones místicas, cada uno de ellos situado a una altura diferente, y todos suspendidos en las regiones celestiales. Pero media hora más tarde todo esto descendió y se posó sobre el río, que de nuevo volvió a ser el río por el que navegamos, navegamos…


(De Witold Gombrowicz, Diario 1953-1969, entrada correspondiente al Diario del Rio Paraná, de 1956, Barcelona, Seix Barral, 2005).

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